Patrimonio y Nación: Una relación desgastada

Por Antonia Casanova

El patrimonio cultural es un símbolo de pertenencia de  la nación. En Chile, las diversas infraestructuras u objetos reconocidos por aquellos que comparten tradiciones familiares y poseen recuerdos históricos, tienen un amplio protagonismo, en donde se les respeta y conmemora sucesivamente, existiendo fechas especiales  únicamente para recalcar su importancia tanto en la consciencia de las personas que aceptan este patrimonio como para las mismas autoridades del país que se encargan de reconocerlos como tal, es decir, que este respeto debe ser cumplido tanto por las personas comunes y corrientes como por los altos mandos que se encargan de regularlos. De esta manera, aquellos que pasan por este proceso y son “aprobados”, se les considera como “patrimonios oficiales”. 

    A diferencia de lo anterior, existe el término de “patrimonios no oficiales”,  los cuales son todos aquellos que poseen una gran importancia para las personas que conforman la Nación pero aun así no son reconocidos por las autoridades del país. Un ejemplo de esto, es el reconocido Mall Costanera Center o  mejor llamado La Gran Torre de Santiago, el cual es considerado el edificio más alto de Latinoamérica con trescientos metros de altura y con una gran cantidad de visitas cada año. En este caso se refleja que, a pesar del alto reconocimiento que posee por parte de los chilenos como de los extranjeros, no es un patrimonio cultural oficial porque los altos mandos no lo definen con aquel término. 

   A partir de esto, se puede comenzar a cuestionar lo que designa que algo sea o no patrimonio  para las personas, surgiendo como cuestionamiento la siguiente pregunta: ¿Qué es lo que define que algo sea patrimonio? ¿La ley o las características que posee el objeto en cuestión?; en base a lo mencionado anteriormente, se puede responder a esta pregunta señalando que las autoridades al tener este poder de intervención en la nación, de manera privada deciden aquello que es identitario para la nación o no al observar sus características y basándose en lo que se entiende como patrimonio cultural. 

  Se define patrimonio cultural como un “conjunto determinado de bienes tangibles, intangibles y naturales que forman parte de prácticas sociales, a los que se les atribuyen valores a ser transmitidos, y luego resignificados, de una época a otra, o de una generación a las siguientes” (Servicio Nacional del Patrimonio Cultural, 2019). La nación, que posee una relación importante con el concepto de patrimonio, se concibe como una comunidad y no como una sociedad, ya que tiene un mayor peso, es más compleja y nace de la vida civilizada del ser humano. Algunas concepciones teóricas sobre esta son, en primer lugar, que no es un nacimiento biológico, sino que ético social, además que depende de las actividades de la civilización y se caracteriza por poseer tradiciones familiares, formación social y jurídica y, en último lugar, recuerdos históricos que envuelven a las personas.

  Ambos conceptos se relacionan de diferentes formas, pero se presentarán tres de estas relaciones para lograr una conexión y responder a las preguntas planteadas. En primera instancia, se establece que, en el caso del patrimonio cultural, “aquél significante transporta el símbolo de un poder inscrito en la sangre a través de la herencia y trasladado al campo de la ley y el Estado, como modelo cívico y prototipo identitario de la Nación” (Butzonitch, 2009), con esto se quiere decir que el patrimonio cultural que efectivamente se percibe como una herencia cultural y con un rol significativo, se encuentra bajo un cierto control o subordinado por la ley y el Estado los cuales se encargan de presentarlo, tal cual se menciona, como un modelo identitario dentro de la nación porque consideran que aquello que fue seleccionado cumple con los requisitos específicos para ser patrimonio.

   En segundo lugar, “por más que uno pueda considerar la especificidad de lo cultural en el plano de los procesos simbólicos, el hecho de nombrar, de asignar significados —no se diga de construir símbolos y prototipos— constituye un acto de soberanía, es decir, político” (Butzonitch, Poder, Patrimonio y Democracia, 2009). Las personas que conforman la nación y deben aceptar aquellas obras para respetarlas y otorgarles un valor especial, están sometidas o en cierto sentido obligadas a cumplir con esta acción, estableciendo una relación poder y obediencia entre el patrimonio y la nación. Pero este hecho no es netamente actual, sino que se viene arrastrando desde tiempos remotos 

Como los que constituyeron el mismo poder colonial, espacio hegemónico en el que, durante los siglos XVII y XVIII, Europa, en buena parte a través de la manipulación del patrimonio cultural universal, dio forma a su propia versión de la historia, a la democracia liberal representativa y también a la cultura, concebida bajo esta forma funcional a los intereses de los estados centrales y del capitalismo. (Butzonitch, 2009) 

   Se puede decir que el patrimonio dentro de la nación siempre se ha encontrado bajo control y dentro de una concepción política que afecta a todas las personas, ya que estas deben obedecer la política del país. Esta situación  posee la finalidad de “generar imaginarios comunes, con los que pudieran identificarse, por la vía de la hegemonía y el consentimiento, ciudadanos que provenían de etnias, costumbres y lenguas diversas”, es decir, para que todos tengan  algo en común que los impulsa a mantenerse como grupo. 

En tercer lugar, vale mencionar que 

      Reconocer el poder como factor en la construcción de un patrimonio, implica,      siguiendo a Bourdieu, visualizar la relación entre un capital simbólico y un campo constituido por académicos, artistas, funcionarios y políticos, que legitiman determinadas pautas para considerar lo que merece ser inscrito en las políticas culturales de cada época. (Butzonitch, 2009) 

   En otras palabras, al decir que los patrimonios se encuentran bajo un cierto poder, se refiere a la constante intervención o la fuerte influencia que tienen aquellos con roles significativos dentro de una nación, ya que son reconocidos por las personas y tienen la oportunidad de expresarse según el área en que pertenezcan  y así poder tomar determinaciones que influyan en lo que caracteriza o no a las diversas culturas existentes. Pero además, se debe tomar en cuenta que existe una relación con el ámbito económico, es decir, cuando se menciona al “capital simbólico” se refiere a que

     Está claro que esto no rompe la forma de valorizar a la cultura a través de la lógica del capital, a partir de su sustracción de la fuente viva y social de su producción. Es por esto que, frecuentemente, esas posturas son avaladas —consciente o inconscientemente— por actores que terminan sirviendo a intereses de las industrias culturales o las trasnacionales del turismo. (Butzonitch, 2009) 

   Existe una conveniencia por  que la ley se encargue del patrimonio cultural, porque de esta manera puede sacar provecho al obtener ganancias cada vez que reciben visitas y conmemoraciones, especialmente de las personas provenientes del extranjero. De esta manera, se obtienen beneficios monetarios que son regulados por esta misma para su conveniencia. Lamentablemente, esto implica que se pierda el verdadero aprecio de la cultura entre los individuos y se torne por un negocio que en vez de querer impulsar los valores y significados de los patrimonios, tenga únicamente un fin ambicioso que convierta en un negocio aquello que, en verdad, va más allá de intereses económicos.

   En conclusión, al volver a las pregunta de ¿qué es lo que define que algo sea patrimonio? ¿La ley o las características que posee el objeto en cuestión?, según lo argumentado anteriormente, se establece que la ley es la encargada de definir que algo sea patrimonio dentro de una nación, vale aclarar que no es un proceso de selección aleatoria, es decir, que cualquier obra, monumento u objeto pueda poseer tal denominación, sino que las características o requisitos que debe poseer aún así son de gran importancia, ya que son fundamentales para mantener la cultura del país solo con aquellos que son válidos para representarla. La nación, tal como se ha mencionado, se encarga de aceptar estos patrimonios, pero no de una manera negativa, es decir, que al saber que las autoridades también desean perdurar y cuidar la cultura, consideran que estos fueron bien asignados y no lo toman como una obligación. 

   El monopolio cultural es un factor fundamental que se percibe con grandeza entre patrimonio y nación, aquí se refleja la insistencia del ser humano por poseer algo representativo que los envuelva para sentirse parte de un grupo que comparte tradiciones y historia. Pero a partir de la pérdida del verdadero significado del patrimonio que ha existido con el pasar del tiempo, se puede cuestionar si las personas siguen siendo consideradas parte importante para promover el respeto de este, o si son únicamente una herramienta de la ley o el Estado para ayudar a promocionarlos y así obtener dinero.  

 BIBILOGRAFÍA:

Mariano Marcos Andrade Butzonitch, 2009, Poder,El patrimonio cultural urbano: identidad, memoria y globalización, Patrimonio y Democracia. Recuperado en http://www.scielo.org.mx/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S1870-00632009000300002 Servivio Nacional del Patrimonio Cultural, 2019, Qué entendemos por patrimonio cultural. Recuperado en https://www.patrimoniocultural.gob.cl/614/w3-article-5355.html?_noredirect=1


3 comentarios sobre “Patrimonio y Nación: Una relación desgastada

  1. Buen tema! Considero que respecto a este se debe tomar en consideración los valores que otorga el humano a lo material e inmaterial, dado que este constituye la sociedad y los funcionarios solo nos representan y deben optar por la mayoría. Gran trabajo, Anto 🙂

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  2. Muy buen trabajo Anto! Los argumentos responden muy bien a la pregunta planteada, en especial la relación que se señala entre patrimonio y nación, ya que es importante destacar el poder que tiene la ley sobre el patrimonio y cómo está con el pasar del tiempo nos puede afectar negativamente cómo nación, debido a que comienza a perder su sentido propio y se convierte en algo netamente económico. Fernanda Ávila.

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  3. Me parece curioso que establezcas la relación entre patrimonio y nación como «desgastada» en el título, una palabra que de verdad cuadra perfecto con lo que planteas, pues la nación chilena resulta considerar patrimonios a cosas bastante antiguas que no necesariamente represente a los chilenos, mientra que cosas mas nuevas y, sobretodo, características de nuestro país actual (como el Costanera que mencionas), no se llegan a considerar patrimonio por lo mismo, por ser «muy actual». Buen manejo del tema! Sin duda da para debatir

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